Aunque circulan algunas leyendas respecto a su origen, la verdad es que el diseño de este pavimento está relacionado con la abundante pluviosidad de la villa, de ahí que el Ayuntamiento bilbaíno creara estas baldosas para soportar y evacuar el agua de lluvia, inspiradas en el «panot de flor» o flor de Barcelona, obra del arquitecto modernista catalán Josep Puig i Cadafalch para la casa Amatller en el año 1900.
El característico dibujo de la baldosa bilbaína en forma de roseta está compuesto de un círculo central rodeado de otros cuatro círculos más pequeños, de los que parten unas ranuras que facilitan el desagüe. Estos canales evitan las láminas de agua y por tanto favorecen que fluya. Parece ser que las primeras baldosas datan de principio de los años veinte del siglo pasado, siendo fabricadas por los operarios del ayuntamiento de manera totalmente artesanal utilizando cemento Portland, agua, arena y virutas de hierro, extraídas de la escoria de los Altos Hornos de Vizcaya y que se añadían para evitar resbalones, consiguiendo un producto a precio económico, de gran resistencia y calidad carpa hinchable.
Su evolución ha ido acorde con los tiempos, ya que en los inicios se colocaban en lugares de tránsito peatonal, aceras fundamentalmente. Hoy en día es frecuente que también las máquinas del servicio de limpieza o el tráfico rodado se desplace por encima de este tipo de suelo por lo que el grosor de cada pieza ha aumentado hasta los cuatro centímetros para hacerla más resistente y evitar roturas. Bilbao está rodeada por 66 millones de baldosas y anualmente se cambian 600.000. Por otra parte, y dada su popularidad, esta baldosa se ha convertido en un referente de la ciudad de Bilbao, transformándose en la actualidad en objetos de regalo, estampados de camisetas, cartel de fiestas, joyas, chocolates, productos de pastelería y un largo etcétera.