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Astures: el jabalí que muere matando. El dolor de cabeza de Augusto.
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Astures: el jabalí que muere matando. El dolor de cabeza de Augusto.

Los astures ocupaban algo más de lo que es Asturias a día de hoy. Ambos lados de la Cordillera Cantábrica, desde Asturias, León, Zamora y Orense. En estas tierras tan amplias vivían tribus que son mayormente celtas, una de ellas es la de los Luggones, desde la zona central de la región hasta la costa, estando en Gijón el clan de los Cilúrnigos, caldereros. 

Tierra astur. 

Fueron los que más tardaron en desaparecer, un poco a lo Astérix y Obelix, algo más brutos. Se les temía por su carácter guerrero (todo muy del norte, morían matando, como los jabalís), además de hacer sacrificios humanos y animales, expertos en hacer emboscadas, debido al control de terreno, totalmente irregular. Estos indígenas vivían en castros, poblados descritos por Estrabón, el famoso geógrafo griego que trabajó para Octavio Augusto César, ese primer emperador romano del que tenemos una escultura en Gijón. 

Los astures construyeron aldeas que se dedicaban a la ganadería o al intercambio con otros pueblos. Había mucha competencia entre las distintas tribus así que los castros se encontraban fortificados. Si es que los del norte somos muy majos. El castro que más se conoce es el castro de Noega, el primer Gijón, a 17 minutos en coche desde San Lorenzo, para que nos entendamos. En él se encontraban los Cilurnigos, los caldereros, grandes forjadores de calderos de bronce. A día de hoy podéis visitar el Parque Arqueológico-Natural de la Campa Torres. El castro más grande de todos. Su origen se remonta a los siglos VI-V a.C.

Los astures vivían también del comercio por mar y por tierra, destacando sobre todo los intercambios con la Bretaña Francesa y con las Islas Británicas, mucho antes de que los romanos a lo Amazon se apoderaran de todo el Mediterráneo. Estos caldereros convirtieron el poblado de Noega en uno de los más ricos del Mar Cantábrico. El yacimiento arqueológico así no los dice con una buena cantidad de objetos encontrados: crisoles, toberas, moldes de fundición, fíbulas… vamos, que joyas no les faltaban. 

También cazaban ballenas, casi nada. Se trataba de un trabajo comunitario (si, iba a pescarlo uno solo, como si del capital Ahab contra Moby-Dick se tratara) y se iba a por las crías, los ballenatos. No era muy usual, así que se trataba de todo un evento dentro de la comunidad astur. Aunque bueno, a los culomollaos astures no nos hace falta mucho para hacer una fiesta de cualquier cosa. 

El castro de Noega estaba protegido por el mar y por los acantilados de la Península en la que se encontraba, pero como dije anteriormente, entre tribus no se llevaban muy bien, así que una muralla un poco gruesillas con empalizada, foso y unos cuantos torreones no venían nada mal. Por si acaso. 

Castros astures.

El Imperio Romano aparecería por la zona, interesado por las minas metalúrgicas de la zona y el acceso al mar, así que poniéndose a ello, se pusieron a conquistar a estos astures, los últimos en caer en esa tan adorada Hispania. Las Guerras Astur Cántabras fueron las últimas en las que los indígenas de la Península Ibérica fueron libres, siguiendo la estela de Numancia o la revelación de Viriato. Iberia fue le Vietnam del Imperio Romano, no lo tuvieron tan fácil. Octavio Augusto había sido nombrado primer emperador romano, y tenía que superar la figura de uno de los predecesores, Julio César, que quién no conoce ese nombre. Necesitaba una victoria grandiosa, su propio ALEA JACTA EST. Así que puso su ojo sobre el norte de Hispania, que era lo último que quedaba por conquistar. A esos bárbaros sería fácil vencerlos. Casi casi. Tuvo que venir él en persona y ponerse al mando de la campaña, con siete legiones, 42.000 hombres, junto con alas de caballería y mercenarios. Contra un grupo de lo que ellos llamaban “pastores”. Los romanos eran unos expertos en marketing y en crear una imagen deplorable del enemigo, aunque esos pastores les estaban dando guerra. Este movimiento militar también guardaba en su interior un fin económico, ya que se buscaba la utilización de las minas de oro en el territorio de los astures a favor de enriquecer el nuevo Imperio Romano. 

Desde el centro de operaciones, Burgos, en ese momento llamada Sasamón, comienza la ofensiva en forma de tridente, para acabar con astures y cántabros. Augusto se sumerge en un territorio frondoso, desniveles, nada de campos abiertos. Y la capacidad de los indígenas para sabotear, expertos en estrategia de guerrillas, acabó por desquiciar al emperador hasta tal punto que enfermó. O quizás no estaba acostumbrado al frio y la humedad del norte de España. Ya se sabe Octavio, a Asturias hay que venir con paraguas y térmica.  

En el año 25 a.C. empiezan a truncarse las cosas para los astures. El ejército romano no hace más que vencer y avanzar en territorio, hasta acampar en la última defensa astur: la ciudad de Lancia (en León), que acabaría capitulando y sometiéndose  a Roma. Augusto cierra las puertas del templo de Jano, el dios de los comienzos y los finales. Muy pronto, en el norte se muere matando, como los jabalís. En el 22 a.C. los astures y cántabros recuperados se rebelan por millonésima vez en el Curriel, lo que sería el Concejo de Lena ahora mismo, un total de 15.000 indígenas masacran a 5.000 romanos. El último estertor antes de la muerte, los astures acabarían siendo derrotados, los hombres en edad de luchar se quedarían sin sus manos, serían crucificados en las calzadas romanas o esclavizados. 

Parece que todo iba bien para Roma, estaba hecho. El jabalí vuelve a las andadas. Nunca digas en el norte: “¿a qué no te atreves?”. La voluntad de los pueblos norteños no tiene parangón y volvieron a dar guerra, extendiendo su rebelión hasta los esclavos de la Galia, haciendo huir a la legión I Augusta, la creada por Julio César. El senado harto de esta situación, de ese pozo negro de recursos que era el norte de Hispania, termina por llamar al mejor de sus generales, y como si Darth Vader activara la Estrella de la Muerte, aparece el general Agrippa en el conflicto. Es la Montaña de Juego de Tronos, el Uruk-hai tolkiano. 

La guerra pasa a ser un exterminio total de los rebeldes, que acabarían siendo crucificados y vencidos. Nuestros astures morirán cantando sus himnos celtas, mirando con rabia al enemigo, hasta sus últimos estertores de muerte. En el año 19 a.C. finaliza la contienda, aunque 3 legiones se quedan vigilando el territorio, a pesar de que habían asesinado a todo hombre en edad de luchar. Los soldados romanos por las noches aún miraban las montañas astures, con desconfianza, y a alguno que otro le asustó un jabalí que por ahí rondaba.

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